miércoles, 1 de febrero de 2012

LA CODICIA

Cuando pensamos en codicia, nos vienen a la mente nombres como Luís Roldán, Iñaqui Urdangarín, Félix Millet, Francisco Camps, Mario Conde, Ruiz Mateos y toda una fauna corrupta (o presuntamente) de escoria humana inmunda que justifican cualquier medio a su alcance para acumular más riqueza. Gente que con un patrimonio más que suficiente para vivir cómodamente el resto de sus días sufren de una avaricia sin límite que les induce a la enfermiza ansia de desear todavía más.

Otros casos no son tan flagrantes, mayoritariamente legales, pero con la misma patología. Políticos que se asignan sueldos y beneficios espectaculares subvencionados por el contribuyente. Dentro de la ley pero fuera de la ética. Todos enfermos de codicia.

Todos estos casos son detestables, pero hoy quiero ir más allá. El ciudadano de a pie. No entraré en el que se endeudó en exceso para comprarse un piso, un coche o unas vacaciones por encima de sus posibilidades. Hoy quiero hablar de la codicia sutil del día a día. La que todos en mayor o menor medida padecemos. La cultura en la que nos hemos criado y de la que nos hemos empapado desde pequeños, en la que el dinero es lo más importante y el precio es el primer (y a veces único) criterio para tomar una decisión.

Unos ejemplos:

- Invertimos nuestros ahorros al mejor postor. Al que da mejor tipo de interés. Existe una banca ética y sostenible (léase Triodos Bank), que remunera menos el capital pero lo invierte con conciencia. Pero preferimos trabajar con el que pague más. Con el más cómodo. Nos da igual si invierte en armamento, si contribuye a la crisis económica o si sus proyectos degradan el Medio Ambiente. Que pague el máximo.

- Compramos los productos más baratos. Da igual que se produzcan con mano de obra esclavizada (reconocidamente o no), que su transporte desde la otra punta del mundo tenga un impacto medioambiental nefasto, que vaya en detrimento del empleo local, que su calidad y salubridad sean cuestionables, que deban madurar químicamente en los barcos (en caso de alimentos), que no se respeten los derechos humanos ni el medio ambiente en su país de origen, que enriquezcan a los directivos y accionistas de grandes corporaciones multinacionales en contra de las iniciativas locales. Precio, precio y precio. Siempre precio. Yo no estoy a favor de los aranceles, estoy a favor de la conciencia.

- Preferimos bajarnos contenidos gratis de Internet en lugar de pagar una cantidad simbólica para remunerar el derecho del autor (o de los intermediarios necesarios). Si la cultura es gratis, los que se dedican a ella deberán simultanear su arte con otro empleo para subsistir. Ello les quitará tiempo para su talento y el empobrecimiento cultural nos perjudicará a todos. Y no, no defiendo a la SGAE, ni su canon digital que castiga la potencialidad del delito (no el delito en sí) ni sus actividades mafiosillas o extorsionadoras, pero tampoco la descarga pirata libre de Internet. De nuevo apelo a la conciencia.

- Preferimos prostituirnos en empleos bien pagados (o seguros y preferentemente públicos) a hacer lo que realmente nos sale del corazón. Conseguir el máximo de dinero es la prioridad. Ser ricos. Este punto es controvertido, porque hay mucha gente en el paro o explotados por una miseria. Hoy hablo de los otros, los antiguos, que también hay un montón. Y cuidado, no nos confundamos. Que un trabajo te guste, que desarrolles tu talento, que te apasione lo que haces no está reñido con tener un buen sueldo. Debes valorar tu trabajo asignándole un buen precio. No es necesario cobrar menos a cambio de hacer lo que te gusta. A lo que me refiero es a no venderse exclusivamente por un sueldo o una seguridad. Existe vida más allá del dinero.

- El maravilloso mundo de la Segunda Mano. Da para un artículo entero. Conozco gente que le da asco comprarse ropa de segunda mano. ¡Está lavada! ¿Cómo lo hacen con el colchón o las sábanas de un hotel? Allí se ha copulado... Creo que la segunda mano (eBay, Cash Converters, Amazon,...) es el futuro. Te deshaces de trastos que tirarías a cambio de dinero. Compras cosas más baratas. Un intermediario da empleo. Se reduce el consumismo ciego. Y lo más importante de todo: algo que iría al vertedero a contaminar se reutiliza.

Yo soy optimista. Hace tiempo que se está produciendo un cambio de consciencia y que estamos pasando de la cultura del tener a la cultura del ser. De acumular objetos a nutrirnos de conocimiento y experiencias. La cultura del alquiler (no hablo sólo de viviendas: compartir coches, herramientas, objetos...) está sustituyendo lentamente el poseer o el usar y tirar. La consciencia y la ética avanzan sin parar, y la basura corrupta que últimamente salpica los medios de comunicación no es una tendencia al alza. Han existido siempre pero ahora son identificados y desenmascarados. Y probablemente haya menos. Yo creo que vamos bien.


2 comentarios:

  1. Totalmente de acuerdo con este post. De hecho, me he sentido muy identificada, puesto que hace 4 meses dejé un trabajo en el que no me pagaban mal (tampoco era una locura, no llegaba a los 1600) y el trabajo me gustaba. Sin embargo, me sentía explotada y menospreciada por ser mujer (un hombre en mi puesto, hubiera ganado ese salario solo de entrada, yo tuve que ganármelo durante 7 años). Penurias a parte, presenté mi renuncia, cogí todos mis ahorros y monté mi propio negocio. Evidentemente, he renunciado a la mitad de mi salario (lo justo para el alquiler del piso, gastos y comida), pero ahora me doy cuenta de que se me había olvidado ser feliz y eso que no tengo un duro!!

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    1. Gracias por tu comentario. El primero del blog! Se lo lee alguien!! Enhorabuena por tu decisión. Si un trabajo no te satisface (por el motivo que sea) es mejor cambiar que quejarse y amargarse indefinidamente. El mundo es de los valientes. Yo seguí el mismo camino. La gente no lo entiende, el fantasma de la crisis siempre alimenta la cultura del miedo. Te dicen que estás loco... Si luchar por tu felicidad es estar loco, entonces sí, lo estamos.

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