miércoles, 28 de diciembre de 2011

LOS FUNCIONARIOS

Últimamente leo que los funcionarios protestan por los recortes de sus sueldos y otros privilegios que se han convertido en insostenibles en tiempos de crisis.

Yo la verdad es que lo entiendo y en su lugar haría lo mismo.

Por un lado todo el mundo defiende sus intereses sin compararse con los demás. De no ser así no lucharíamos para mejorar nuestra calidad de vida porque en Somalia, Irak, Libia o Afganistán están peor que aquí. O no buscaríamos mejoras laborales porque suerte tenemos de trabajar habiendo gente en el paro. Las mujeres no buscarían la equiparación total en sus derechos si se conformaran con estar mejor que las de Arabia Saudí. Los derechos humanos no avanzarían si nos diésemos por satisfechos de tener más libertad que los chinos. No, compararse con los que están peor no justifica dejar de luchar por tus derechos.

En segundo lugar, la mayoría de funcionarios no son responsables de la mala administración de los fondos públicos. Al final la Administración Pública es como una gran empresa, (con sus jefes, sus contables, y sus auditores), que debe ingresar más de lo que gasta y sus empleados normalmente no son responsables, aunque lo sufran, de lo mal que se dirija el barco.

Y por último, y más importante, hay funcionarios que han hecho bien su trabajo, con esmero y pulcritud, y reciben el mismo trato que los parásitos que se han acomodado desde el día en que aprobaron las oposiciones. No es justo que los que trabajan bien reciban el mismo trato que los que trabajan mal. Que a todos se les baje el sueldo o se les quiten privilegios de forma universal al margen de su rendimiento particular.

Yo no creo en las medidas "masa". Me parece injusto que a un buen funcionario, eficiente, se le baje (o incluso se le congele) el sueldo porque la medida es indiscriminada. Pero a la vez también me parece injusto que a un funcionario ineficiente e inútil no se le pueda despedir.

A veces me pregunto por qué no se puede despedir a los funcionarios. Han aprobado unas oposiciones, sí, pero los universitarios también pasan exámenes y pruebas que no son garantía de empleo vitalicio. Incluso en la empresa privada hay pruebas de acceso. Todo es convencional, todo es porque se ha pactado así, y todo es reversible.

La ecuación es sencilla. La Administración Pública está al servicio del ciudadano. El ciudadano la paga con sus impuestos. Si está mal administrada (y mantener empleados ineficientes o innecesarios lo es) y amenaza con quebrar, habrá que alimentarla de más impuestos o recortar servicios necesarios. (Ya no considero endeudarse indefinidamente porque entonces sí que un día peta seguro). Como "propietario" de la Administración Pública el ciudadano tiene derecho a exigir que se administre con eficiencia.

Pero poder despedir a los funcionarios implica una reforma legislativa que difícilmente se va a producir. Europa es un continente con una Administración Pública tradicionalmente sobredimensionada. Si un político se atreviese a insinuar la flexibilización del despido de funcionarios no sólo sería castigado en las urnas por los mismos sino que debería enfrentarse a una huelga que le paralizaría el país. Este es el único motivo por el que no se pueden despedir.

Siempre he pensado que si no fuera por el derecho a huelga los trabajadores todavía sufriríamos la explotación de tiempos de la Revolución Industrial. Pero a la vez, no hace huelga quien está peor tratado, sino quien tiene mayor poder de presión. Los Controladores Aéreos, los pilotos de Iberia, no tienen peores condiciones laborales que los becarios, los pasantes de bufetes de abogados, o los miles de empleados de pequeñas empresas al borde de la quiebra que subsisten con sueldos miserables. Los funcionarios tampoco. Pero tienen poder de presión y por ello defienden legítimamente sus derechos sin compararse con los demás.

Sin embargo, y a pesar de todo ello, cuando veo que los funcionarios protestan por sus recortes salariales no puedo evitar pensar en la inmensa cantidad de gente que hay en el mundo que se cambiarían sin dudarlo por cualquiera de ellos, y por cualquiera de los que tenemos la inmensa suerte de vivir con las necesidades básicas cubiertas, en paz y en libertad, incluyéndome a mí.



jueves, 15 de diciembre de 2011

PALABRAS VACÍAS

Creo que hablar tanto de la crisis económica contribuye en gran medida a alimentarla. Las portadas de los periódicos y los informativos nos recuerdan a diario que estamos sumidos en ella y los estragos que está causando.

Es cierto que mucha gente ha perdido su empleo y que muchas familias se han endeudado por encima de sus posibilidades para comprar pisos que ahora valen mucho menos de lo que pagaron. También es verdad que la propia Administración Pública ha actuado con la misma temeridad gastando más de lo que ingresaba y compensándolo adquiriendo una deuda que cada vez le cuesta más de refinanciar.

Todo ello es verdad. Pero sembrar un ambiente de pesimismo generalizado no ayuda a salir de la situación. Conozco a muchas personas que han perdido su empleo y luchan por subsistir, pero conozco muchas más que lo conservan y que mantienen su capacidad adquisitiva intacta, pero que retraen su consumo, aparcan sus proyectos de inversión y no asumen riesgos porque tienen miedo al potencial empeoramiento de la crisis. Y todo ello no ayuda a resolverla.

Yo creo que las emociones influyen en la creación de la realidad. Los que crean que saldremos de la crisis saldrán de ella y los que crean que nos hundiremos se hundirán. Porque generamos nuestra realidad con nuestras creencias. Y la opinión está muy influenciada por los medios de comunicación que nos bombardean constantemente con mensajes catastrofistas.

Ocurre lo mismo con las enfermedades. Hablar de patologías, quejarse de los dolores, comentarlas con la gente, lamentarse, recrearse en ellas ayuda a intensificarlas y a verse a uno mismo como un enfermo. Y las enfermedades empeoran realmente cuando les das un protagonismo excesivo.

Es necesario actuar como una persona sana, visualizarte como un individuo sin enfermedades, proyectar mentalmente esta situación como real. Si lo haces las enfermedades dejarán de ser tu foco de atención y si, a demás de actuar así, te lo llegas a creer acabarás provocando tu propia sanación.

Yo voy incluso más allá. Intento evitar preguntar a la gente enferma cómo se encuentra. Muchos lo consideran pasotismo, una falta de atención y te pueden tildar de egoísta o insensible. No te preocupas por las enfermedades de los demás... No te importan estas personas... No te importa el sufrimiento de los otros...

La realidad es que evito recordarles que están enfermos. Entiendo que no les curará que yo les pregunte cómo están, no les beneficia en nada, y hablar de la enfermedad tan sólo contribuye a alimentarla. Yo puedo subsistir sin saber cómo se encuentran y es un sacrificio que estoy dispuesto a hacer si ello contribuye a mejorar su salud. Si el tema empeora ya me enteraré. Puedo hablar de otros asuntos. Incluso soy capaz de no hablar.

Y por otro lado no hago a los demás lo que no quiero que me hagan a mí. Yo mismo evito recordar mis enfermedades por lo que no me gusta que me pregunten sobre ellas y alimentarlas dedicándoles mi atención y energía en hablar o pensar en ellas. Y hablando de callarse... ya me callo.